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Opiniones

Todos quieren ser jefes, pero no tienen posibilidades.

Johnny Sánchez
Economista

Por Johnny Sanchez

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“Todos tienen derecho a aspirar, pero fraccionas el voto, cuando no te unes al que mejor posibilidades tiene” axioma del Economista Johnny Sanchez
Los pre candidatos dominicanos, priorizan la farandulización de la política por sobre el debate. 
Tener gente es para ellos lo importante, pero capacidad, cualidades humanas y dinero deben complementarte.
Mire. Los grandes temas irresueltos de R.D. se mencionan, pero no se define qué programas específicos seguirán y quiénes los acompañarán en una eventual gestión, a resolver esos temas con autoridad. Todo eso es estrategia, del secreto y de improvisación.
Las campañas que hemos soportado sólo sobrevuelan grandes títulos: Inseguridad, corrupción, narcotráfico, impuestos, mantenimientos de planes sociales, entre otros, pero nada más.
Como si el mero enunciado llevará implícitas las propuestas y soluciones. Nada más lejano y empobrecedor.
Creo, los dirigentes políticos deben mostrar sus facetas más humanas.
Por el hecho de que fuisteis líder, presidente de una tendencia, no significa que estás exento de cometer errores, y los ciudadanos, hoy exigimos un perfil y evaluamos la personalidad, capacidad y trato a la gente de los candidatos.
Todos prometen y cumplen a veces, por presión de sus partidarios.
Por eso, creo que debemos pedir más, por ejemplo, definir credenciales que debe tener un presidente en R. D. algunas son vitales, según mi profesor, no es idea mía. Son:
#1. Fe en la grandeza de su misión
El ascendiente de un verdadero presidente no proviene de sus resentimientos ni de sus obsesiones, sino de la grandeza de sus proyectos. Si no posee esa convicción y no se mueve con grandes horizontes, termina ahogándose en la mezquindad de su avaricia.
En la mente de todo presidente puede haber toda clase de pensamientos, pero el poder de un solo pensamiento de grandeza es infinitamente superior al poder del odio o del resentimiento que justificadamente pudiera sentir.
2. Sentido de autoridad y menosprecio por el poder
La verdadera autoridad es una fuerza interior que se confía al presidente y que él no tiene derecho a malgastar confundiéndola con el poder. Para que la autoridad presidencial inspire respeto, el presidente debe obrar sin duplicidad y comenzar a ser respetable en su vida privada. En cambio, cuando el poder se impone por el temor o la conveniencia, sus efectos se diluyen tan pronto como se pierda el miedo a las represalias y se acaben las ventajas recibidas.
3. Espíritu de iniciativa
El verdadero presidente asume las responsabilidades, sin eludirlas ni escapar en los momentos verdaderamente críticos donde hay que enfrentar los acontecimientos.
Debe entender que la vida es una suma de decisiones pequeñas, pero coherentes, y que la fidelidad a esas decisiones nimias lo dispone a tomar grandes decisiones en momentos supremos.
Ahora bien, para tener iniciativa hay que conservar el espíritu joven, tener proyectos de futuro, no temer a la imaginación y saber escuchar a los que saben, aunque no se concuerde con ellos.
Quien es incapaz de decidir, quien se mueve veleidosamente según como vayan las encuestas, quien tiene inclinación a esperar que otros solucionen los problemas, ése no es un presidente sino un calculador.
4. Energía realizadora
Hemos tenido presidentes abúlicos, indecisos e incompetentes, ahora necesitamos alguien que tome decisiones encarnadas en la realidad y alejadas de toda fantasía ideológica. Lo que vale para un presidente no es el discurso desde el atril, ni la orden dada, sino la orden ejecutada.
Un presidente sin energía nunca puede ser buen presidente, pero no se trata de la energía motivada por el rencor o el capricho, sino de una energía vital y creadora que sepa hacer cosas posibles con situaciones imposibles.
5. Dominio de sí mismo
Para lograr la calma que el cargo requiere, es necesario que el presidente jamás dramatice las cosas, que nunca tome a lo trágico las cosas sencillas y que simplifique las cosas trágicas.
Si quiere ser digno de mandar, debe ser capaz de mandarse a sí mismo, porque sin ese dominio interior nadie puede pretender dominar a los acontecimientos y las circunstancias. La calma del presidente debe dar la impresión de una voluntad que sabe lo que quiere y que está segura de que nadie conseguirá desviarle de sus metas. En los momentos difíciles, toda la sociedad mira hacia el presidente y éste jamás debe dejarse desbordar por sus preocupaciones, ni por los sucesos o por las interesadas desinformaciones que sus secuaces le acercan para satisfacer pequeñas venganzas. El control de sí mismo sólo se alcanza cuando el presidente sabe aislarse de la vorágine cotidiana para meditar con calma y reservar tiempo para elaborar su acción próxima o lejana.
6. Sentido de la realidad
Es muy bueno que el presidente tenga ideas grandes y alimente bellos ideales, pero si es quimérico y la idea se queda en utopías, esto sólo sirve para la imaginación. Las ideas del presidente deben ser posibles, deseables y realizables.
Su ideal debe encarnarse en la realidad, para lo cual él mismo debiera desarrollar el sentido de la realidad.  Por eso, el presidente no puede ser un pesimista desalentador que se cruza de brazos y sólo ve el lado malo de las cosas.
Tampoco puede ser un optimista pernicioso que sustenta la ilusión con el pretexto de conservar la adhesión de sus seguidores. Mucho menos puede ser un hablador, saturado de retórica, que cree haber obrado porque sólo ha hablado y no se da cuenta de que al alimentarse con palabras huecas crea las futuras decepciones.
7. Espíritu de previsión
El buen o mal resultado de la gestión de un presidente depende de la visión que él tenga sobre el porvenir. El presidente no debe trabajar sólo en el día a día, tiene que prever para plazos largos y saber cuáles son las consecuencias de sus decisiones, las oposiciones o dificultades que pueda encontrar.  Cuando se ponga a prever y se prepare para ello, se hace capaz de improvisar si las circunstancias lo requieren. Pero si deliberadamente se remite a la inspiración del momento, camina hacia el desastre y arrastra a todos con él.
8. Respeto a la gente y a la dignidad humana.
Un presidente nunca debe olvidar que todos los ciudadanos son dignos de su respeto y que junto a su servicio tienen intereses, cuidados, pensamientos y sentimientos.
Cualquier injuria en boca del presidente lo deshonra. Las expresiones duras y despectivas siembran el rencor y abren en el alma de los ciudadanos heridas incurables. El presidente debe empeñarse en crear entre él y los ciudadanos una atmósfera de respeto y unas relaciones de colaboración sincera.
9. Bondad de corazón.
El corazón seco podrá hacerse temer, pero siempre estará servido por esclavos. La obediencia de quien se hace temer dura mientras le puedan sacar ventajas, pero en cambio sobrevive en aquellos a quienes se admira por la bondad de su corazón. El espíritu recto y el corazón bueno no se dejan alucinar por las faltas ni por la maldad.
10. Espíritu de justicia
El sentimiento de justicia es innato en el corazón de los hombres. Ser justo es la primera cualidad exigida a un presidente digno para que pueda reclamar el ejercicio de su autoridad.
Ser justo es saber reconocer la buena voluntad de los demás, llegar al fondo de las cosas y tener en cuenta las buenas causas. Ser justo es actuar en forma imparcial en todas las circunstancias, sin dejarse guiar nunca por simpatías o antipatías. Ser justo es respetar la jerarquía que uno mismo ha creado, reforzando la autoridad de los propios colaboradores. Ser justo es reconocer noblemente el error o la falta, sin buscar en hacerla recaer sobre otros. Ser justo es aportar en el ejercicio de la presidencia una rectitud irreprochable para asegurar el ascendiente moral sobre los ciudadanos.
El mejor acto de justicia es no hacer jamás promesas que no puedan cumplirse.
El presidente debe irradiar lealtad y estar convencido de que es un deshonor mandar a sus subordinados con doblez e insinceridad.
Resumen de los 10 mandamientos:
Los ciudadanos necesitamos ver encarnado el ideal en un presidente para obligarnos a seguirle, persuadidos por su ejemplo.
En nuestro presidente, el buen ejemplo es decisivo porque arrastra al bien común, mientras que los malos ejemplos corrompen y destruyen el orden social. Ojalá que en el futuro sepamos decidir conociendo las cualidades de quienes pretenden reclamar nuestro apoyo para gobernarnos.