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El infierno es mamá y papá

La supuesta familia feliz
La supuesta familia feliz

Se les permitía escribir un diario. El día a día de una vida de hambre, oscuridad, soledad, palizas y cadenas. Escribir diarios era la única actividad permitida para los 13 hijos de David y Louise Turpin. En la casa donde los tenían secuestrados, hambrientos y malolientes, la policía encontró diarios. Cientos de ellos. Los investigadores del caso más terrorífico de abuso infantil en años están leyendo esos cuadernos en busca de pruebas.

David Allen Turpin, de 57 años, y Louise Turpin, de 49, pertenecen ya al panteón de los horrores de Estados Unidos. El caso RIF1800348 comenzó el pasado domingo, sobre las 6 de la mañana, cuando una de sus hijas, de 17 años, escapó por una ventana de la casa junto a otra de sus hermanas. Según los investigadores, esa es la hora a la que la familia se iba a dormir. Vivían de noche. Los hermanos llevaban planeando la huida más de dos años. Una de ellas, aterrorizada, volvió a entrar. Desde un teléfono móvil no registrado que había cogido de la casa, la otra llamó a la policía.

Estaba apenas a unos metros de la casa en el número 160 de Muir Woods Road, en una urbanización nueva de clase media llamada Monument Park en Perris, California, una ciudad interior a 120 kilómetros al Este de Los Ángeles. Es un chalet de cuatro habitaciones sin ninguna distinción especial en el exterior. Por teléfono, dijo que sus 12 hermanos estaban secuestrados en su casa y atados a las camas. Los agentes del sheriff del condado de Riverside fueron a su encuentro. Ella les enseñó fotos en el teléfono que corroboraban lo que estaba diciendo. La niña aparentaba 10 años, dijeron los agentes.

Lo poco que se sabe de lo que encontraron los agentes al llamar a la puerta lleva una semana atormentando a los investigadores. Olía mal. Tres de los niños estaban encadenados. Todos presentaban síntomas de desnutrición severa, con deterioro de la masa muscular. La mayor, de 29 años, pesa 37 kilos. Los padres están acusados de 12 cargos de maltrato y tortura. No son 13 porque la más pequeña, de 2 años, parecía estar en buenas condiciones. Se enfrentan a 94 años de prisión.

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El maltrato empezó cuando vivían en Fort Worth, al norte de Texas, donde pasaron 17 años. En un momento dado, los padres llegaron a vivir fuera de la casa, a la que solo iban de vez en cuando a dejar comida, según los investigadores. Hay registros de que tuvieron al menos dos viviendas en Fort Worth. De una de ellas fueron desahuciados alrededor de 2000. La pareja que compró la casa después la encontró en tan malas condiciones que hizo fotos, publicadas esta semana por la cadena ABC. Hay manchas y destrozos por todas partes. El propietario asegura estar convencido de que esparcieron heces por las paredes al saberse desahuciados.

Según la fiscalía, el maltrato se agravó con los años, especialmente desde que se mudaron a California, en 2010, y prácticamente cortaron toda relación con sus familias. Los padres de David Turpin, Betty y James, parecen ser los últimos que vieron a los niños, hace unos seis años, en una visita a la casa de Murrieta. Betty Turpin dijo a los medios que no notaron que los niños estuvieran mal. La abuela también dio pistas sobre la forma en que vivían la religión. “Yo creía que eran cristianos modélicos”. La pareja, dijo, era muy religiosa y se sentía llamada por Dios a tener muchos hijos. Dentro de la estricta educación casera que daban a sus hijos, les obligaban a memorizar la Biblia.

A partir de la visita de los abuelos, solo se conocen las mínimas interacciones que tuvieron con su entorno. María Trinidad Ruiz, de 45 años vive enfrente de la casa de los Turpin, a donde se mudó en 2015 con su familia, un año después que ellos. Ella, que tiene dos hijos de 11 y 15 años, pensaba que en la urbanización no había niños de la edad de los suyos, contaba a EL PAÍS. Como muchos vecinos, afirma que solo los vio una vez, el pasado noviembre. Los dos niños mayores ayudaban a su padre a poner césped en la entrada una noche de noviembre. Le pareció que eran muy blancos (“será que los papás son bien güeros, pensé”). “Tenían la piel transparente de tan blanca que era” y estaban “bien flaquitos”.

Los niños tenían el mismo corte de pelo del padre, como si solo les hubieran cortado el flequillo para poder ver. Aquel día ella saludó y no le devolvieron el saludo. No le extrañó, “porque en este país se pierde la educación”. Asegura que se encontró con la madre dos o tres veces en el supermercado Winco que está a unos dos kilómetros de la urbanización. “Sonreía sin saludar”. María Trinidad creció en una casa en Degüello, Jalisco, con 11 hermanos. Se le saltaban las lágrimas al imaginarse a los niños.