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Los otros paraísos de República Dominicana

República Dominicana es uno de los diez países más pobres de América Latina, casi un 40% de su población vive en situación precaria. Unas 300.000 personas se alojan en viviendas poco dignas a lo largo de las orillas del río Ozama, que desemboca en el mar, tal como se ve en la imagen, en Santo Domingo, la capital. PABLO TOSCO / OXFAM INTERMÓN
República Dominicana es uno de los diez países más pobres de América Latina, casi un 40% de su población vive en situación precaria. Unas 300.000 personas se alojan en viviendas poco dignas a lo largo de las orillas del río Ozama, que desemboca en el mar, tal como se ve en la imagen, en Santo Domingo, la capital. PABLO TOSCO / OXFAM INTERMÓN

Por Lola Huete Machado para El País

 Santo Domingo (República Dominicana) Una campaña de Oxfam y Casa Ya (colectivo que agrupa a diversas organizaciones de República Dominicana) denuncian la precariedad de vivienda en este país caribeño y llaman la atención sobre una realidad a la vista penosa; un reto para su Gobierno ante la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2030. Esta es la segunda parte de una serie de reportajes: el personaje (Yaquelín) y el vídeo (ya publicados), la crónica (este) y una galería de voces tras la iniciativa (en breve). He aquí un recorrido por diversos asentamientos de desplazados y pobres alrededor de la capital dominicana.

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Ernesto Aquino lee atentamente la Biblia sobre el mostrador de su colmado, situado en la calle Trinitaria (en verdad, una pendiente escalonada de cabras), del barrio de Simón Bolívar, bien cercano en su aspecto a otros como los de La Ciénaga, Los Guandules o Guachupita… Y sonríe y no se queja, dice. Sólo informa de que no vende demasiado y que, con ayuda de Dios (el católico), espera clientela. Quizá le funcione. No en vano por todo Santo Domingo se pueden leer por muros y vallas pintadas esperanzadoras: “Ya Cristo viene”, “Si Dios está conmigo, quién contra mí”, “El infierno es real, Cristo te salva”… Anuncios de las distintas iglesias que crecen como setas en un país que, desde 1930 a 2015, ha sido afectado por 70 fenómenos naturales. Un lugar bien frágil.

Miramos alrededor. ¿Cómo podría el señor Aquino vender en una tienda semi vacía y entre pobres de solemnidad en esta zona de favelas? Peldaños más abajo, asoma la cabeza de Anabel Ramírez, de 21 años, portando a su hermosabebé. Ambas nada tienen que no sea tiempo estéril, un cuartucho de seis metros cuadrados o un paisaje espectacular de palmeras y barcas apiñadas allá abajo, en la orilla de una zona llamada Los Tres Brazos, allí donde se abrazan las aguas color excremento de los ríos Ozama e Isabela. Ella no aprecia ni lo uno ni lo otro.

A lo lejos, se pierde, al caer el sol, la silueta de la yolera Yaquelín, una mujer muy activa de 50 años bien largos que, acabada la jornada y para despedirnos, se apoya en la puerta de su cabaña construida a pedacitos de chapa, uralita y madera. Unos 37 lleva en esta zona, yendo y viniendo con su barca, la yola, entre las dos orillas más paupérrimas que imaginarse una pueda. Las aguas del río Ozama van a desembocar aquí en los puertos de San Diego y SansSouci —con proyecto turístico privado incluido, de lujo y de cruceros; en desarrollo desde hace ya lustros—, en Santo Domingo, la capital de aire colonial de este país del Caribe (de unos 11 millones de habitantes), situado en la isla de La Española. Un país hiperconocido por ser turístico, idílico, paradisíaco. Muy querido. Un 16% del PIB del país en 2014, según el Banco Mundial, procedió del turismo; 5.6 millones de llegadas de no residentes se produjeron por vía aérea en 2015: el más alto de cualquier destino del Caribe. Pero nuestro viaje por la República Dominicana de la mano de la ONG Oxfam tiene poco o casi nada de todo eso.

Anduvimos, primero, con Yaquelín, rodeada de los suyos y de sus vecinos de las cañadas; una ribera que agrupa a más de cien mil personas y es propiedad, dicen, “hasta donde alcanza la vista” de una familia bien conocida y rica acá, los Vicini, italianos crecidos al calor de los ingenios del azúcar. Basta un viaje en yola para comprobar: pobres por aquí, pobres por allá… Chamizos imposibles descolgándose hacia el agua como despojos expulsados del propio casco urbano… Hasta donde alcanza la vista. “Existe un 32% de pobreza general en el país; un 7% de pobreza extrema”, había apuntado ya Jenny Torres, coordinadora de políticas públicas de la ONG Ciudad Alternativa, al mostrarnos el recorrido previsto por los asentamientos en las cercanías de Santo Domingo, San Cristóbal y Consuelo. “Vivimos en un país que se llama Punta Cana”, ironiza ella sobre esta realidad tan desconocida fuera.

“Las zonas turísticas son espacios cerrados, el viajero no ve ni va más allá. Sucede, por ejemplo, en Boca Chica, que es el sexto municipio más pobre del país y donde abunda la prostitución incluso de menores; o en lugares idílicos donde se alzan vallas para que no se vean lo que existe al otro lado”, contará luego Rosy Torres, consultora independiente de Oxfam. Ella realizó en 2015 el trabajo de campo de una investigación por todos los albergues (asentamientos) de desplazados y conoce bien sus contornos y a sus moradores. Damnificados en

Ambas son algunas de las personas que ponen voz a este desastre que definen como “La NO política de vivienda” o “Crisis habitacional”: la inversión prevista en vivienda social para 2017 en el país es del 0,03% del PIB. Y siguen: “República Dominicana ha ido creciendo, es verdad, pero el desempeño social no se corresponde con lo crecido”. Algo que también apunta el Banco Mundial: “La República Dominicana ha disfrutado de una de las tasas de crecimiento más altas en América Latina y el Caribe en los últimos 25 años…acelerado nuevamente desde el 2014, a un 7% anual… Sin embargo, a pesar del notable desempeño económico, el crecimiento no ha sido tan inclusivo como en el resto de la región; uno de cada tres dominicanos permanece por debajo de la línea de pobreza”.

Chamizos, chabolas, albergues, bateyes (zonas donde habitan trabajadores de la caña, muchos haitianos) sin agua, ni luz, ni inodoros se convierten, así, en nuestro destino diario. No sólo es en la ribera del Ozama. Son también asentamientos como Los Barracones, Alfa 4, La Marina, George… Con población desplazada interna o externa (haitianos en su mayoría). Unos llegaron por necesidad económica; otros, empujados por las catástrofes naturales que no cesan: ciclones, inundaciones, terremotos, tormentas tropicales de distinto pelaje y nombre (David, Frederic, George, Olga y Noel) que se ceban con gusto en los más desfavorecidos. O por ambos motivos, en un eterno círculo vicioso. La lluvia no afecta igual a todos.

“La recuperación de un hogar pobre de un solo desastre puede durar toda una generación entera”, dice el Banco Mundial. Y sigue: “RD está muy expuesta… Aproximadamente el 92% de su producción económica y el 97% de su población se encuentran en zonas vulnerables a dos o más tipos de desastres naturales. La ubicación geográfica juega un papel preponderante que explica este alto grado de exposición a los fenómenos meteorológicos, pero también lo explican las debilidades estructurales como son el crecimiento urbano no planificado, degradación del suelo, y débil aplicación de los códigos de construcción y las regulaciones de zonificación”.

Aquí y allá vemos seres humanos pegados a un paisaje, a un tipo de vivienda, a una estética, a una clase de comida y ropa precarias, a tradiciones plagadas de supersticiones y religión, a un nivel de vida tan insuficiente que condena a la desnutrición, a las infecciones (dengue o chikunguña especialmente) y la enfermedad. Un panorama de calles sin asfaltar, falta de saneamiento y servicios, hasta de identidad: un 31% de personas sin actas de nacimiento habitan en los asentamientos. “Existen además lo que se llaman “las marcas del refugio” interiorizadas: sin documentación, no existo; no tengo derecho a ser avisado ante amenaza climática; no tengo derecho a protestar; y debo negarme a mí mismo para existir: no has de decir nunca donde habitas”, recuerda Loeny Santana, activista del Foro Ciudadano, sobre el informe de damnificados de Ciudad Altenativa citado arriba. Y aún peor, encontramos una gran mayoría de personas afectadas por el mayor de los males: la resignación. Si naces aquí es que la vida es así. La conciencia de la pobreza como destino irreversible que todo lo arrastra. “Así lo quiere Dios…” es la frase más escuchada. Si Dios lo quiere, ningún Gobierno lo puede cambiar.

¿Pero qué hace el Gobierno para atender a las familias más necesitadas cuando no tienen ni siquiera un techo? Desde el ministerio de Economía nos remiten a sus memorias institucionales de los últimos años donde se incluyen planes contra lluvias y desastres y medidas de acción. Hay proyectos de vivienda y de realojo de afectados, sí. Como las zonas de Juan Bosch y Nueva Barquita, que también visitaremos: allí se ven nuevas construcciones, viviendas amplias y cómodas, pero apenas hay tiendas en los bajos, ningún trabajo ni formal ni informal cerca. El texto remitido desde el Gobierno, de 2013, señala: “Hoy se inicia la construcción de la Nueva Barquita, donde serán reubicadas unas 1,620 viviendas y más de 5,500 personas, aquellas que actualmente viven en zona de riesgo, dentro del barrio La Barquita. Construyendo viviendas dignas, entre 65 y 55 m2, en edificios de apartamentos de 4 niveles, algunos con el primer nivel comercial. Se priorizará a las personas envejecientes y con dificultades motrices, ubicándoles en los primeros niveles y manejando criterios de movilidad universal. No solo se construirán viviendas, se dispondrán también de equipamientos y dotaciones…”.

El lugar está impecable, hay escuela, canchas de baloncesto y otros deportes, algún colmado, contenedores de basuras, y pasan autobuses con regularidad. Los vecinos muestran mucha satisfacción y mucha queja al mismo tiempo. La mayor de estas es que se les consulta muy poco a la hora de plantear necesidades o planificar soluciones, a la hora de diseñar las viviendas, el barrio, los servicios… “Y el 90% de los proyectos para desplazados se desarrollan en Santo Domingo, y no en las zonas más empobrecidas; hay un déficit de 865.829 viviendas y la oferta existente representa 70.961 viviendas, es decir apenas un 8,2% de lo necesario”, afirma Jenny Torres. “Además, el sistema de fideicomisos que también ha puesto en marcha el Gobierno —donde éste da un aval para facilitar terrenos—  resultan ser al final viviendas para asalariados, porque tienen un precio que implica tres sueldos al menos, lo cual saca a muchos pobres de esta opción”.