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Opiniones

Las bondades de Lincoln

Raul Mejía Santos
Raul Mejía Santos

Por Raúl Mejía Santos

Los historiadores valoran la figura de Abraham Lincoln.  El décimo sexto Presidente de Estados Unidos se enfrentó a un desafío inimaginable al momento de fundarse la república en 1776, la separación de los gobiernos estatales sureños y la creación de una república paralela bajo el lema esclavista. Su carácter y  semblante pasivo  le allanó el largo camino que enfrentó a sus compueblanos durante la Guerra Civil, el conflicto más sangriento en toda la historia de ese país.

Fueron cuatro años de lucha interna, desde marzo de 1861 hasta el mes de abril de 1865, cuando se produjo la rendición de la Confederación y días más tarde el asesinato de Lincoln en un evento teatral de la capital. Su asesino, el reconocido actor John Wilkes Booth, simpatizante rebelde, le hizo un disparo a quemarropa en la cabeza, provocándole la muerte horas más tarde.

Su plan para decapitar el gobierno federal y darle un último suspiro a las fuerzas sureñas se desvaneció. Las tropas del ejército norteamericano habían tomado la capital confederada, Richmond, Virginia, y el General Robert E. Lee se había rendido días antes frente a su contraparte, el afamado e implacable Teniente General Ulises Grant.

Recordemos que la victoria electoral de Lincoln en noviembre de 1860 precipitó una avalancha separatista provocada por estados sureños, quienes dependían económicamente del sistema esclavista agrario desde los tiempos de las trece colonias inglesas. Se oponían a la idea de ser gobernados por un abolicionista del norte, dado que sus intenciones serian acabar con el viejo sistema de explotación laboral.
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Meses antes de morir, al cabo de ser reelecto en 1864, Lincoln propuso un gobierno de unidad nacional. Como compañero de papeleta escogió al Gobernador demócrata y opositor del estado rebelde de Tennessee, Andrew Johnson. Rápido planificó la reconstrucción del sur sin penalizar los estados separatistas que habían provocado el conflicto.

La guerra estaba en sus etapas finales, el presidente y el congreso habían aprobado legislación aboliendo la esclavitud y se instruyó para que los 13 estados separatistas se reincorporaran de inmediato a la unión federada. Lincoln no visualizaba militarizar el sur, como eventualmente ocurrió. Tampoco buscaba implantar ley marcial en los distritos que organizaron los republicanos en toda la región y mucho menos extender ese proceso de intervención toda una década.

Abraham Lincoln añoraba reconciliar la nación, unirla bajo una sola bandera y restaurar el orden constitucional quebrantado por Carolina del Sur, el primer estado en decretar su emancipación. Ellos instigaron a otros estados sureños para que declararan su rebeldía y organizaran un gobierno alterno, presidido por Jefferson Davis. El propósito era preservar la esclavitud y seguir subyugando a toda una población negra a los extremos del abuso y la explotación sistemática.

Casa Blanca lo vio envejecer de forma sorprendente. Una foto de aquella época lo muestra no como un hombre vigoroso y joven de 56 años de edad, sino como un alicaído anciano que aparentaba arrastrar  las almas de miles de soldados caídos en batalla y el fallecimiento inesperado de su amado hijo. El peso era grande para una sola persona.

Nunca sospechó que le rondaba la muerte, para Lincoln andar con agentes armados que le protegieran impedía contactar su gente, su pueblo. Ellos también sufrían la guerra y vieron en el presidente un sostén, mantenía la esperanza viva de algún día volver a remendar la nación tal y como la habían concebido sus fundadores. Lincoln fue grande, un gigante bondadoso de la historia que deberíamos emular.