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Opiniones

Bolsonaro y el Espejo de Brasil

Jair Bolsonaro presidente electo de Brasil

Por el Dr. Juan Durán

El triunfo de Jair Bolsonaro en las recién celebradas elecciones de Brasil nos enfrenta a serias reflexiones en el orden político, toda vez que ese resultado, por sus diversas implicaciones, nos invita a redimensionar la lucha contra la corrupción.

Ciertamente, es muy llamativo que el perfil de Bolsonaro no supusiera ninguna alarma para un pueblo que, como el brasileño, todavía afronta una lucha incesante por una mejora de sus condiciones de vida. Partidario de la tortura, simpatizante de la anterior dictadura militar, promotor de la violencia machista, homófobo, retrógrada hasta la saciedad.

Bolsonaro es el prototipo del líder derechista latinoamericano que se escuda tras un nacionalismo rancio sin tener a mano un programa creíble de desarrollo para la que es sexta economía del mundo.

La realidad es que este ex militar y actual diputado fue votado mayoritariamente por el pueblo brasileño y he aquí la cuestión fundamental a debatirse: Bolsonaro jamás recogió sus prédicas de ultra reaccionario. Antes al contrario no dejó de hacer galas de sus posturas atrasadas. Qué pasó con el pueblo brasileño? Simplemente votó hastiado.

Luego que los gobiernos de Luiz Ignacio Lula Da Silva, principalmente, y en menor medida Dilma Rouseff emprendieron políticas públicas contra la pobreza y en favor de la modernización de ese gigante sudamericano, la cultura de la corrupción no hizo diferencia con el sistema implantado por el Partido de los Trabajadores (PT), que no fijó una diferenciación en esa materia con gobiernos centristas anteriores.

Es verdad que Lula sacó a 28 millones de brasileños de la pobreza. También es cierto que mejoró notablemente sus condiciones de vida con aumentos salariares y otras medidas. La derecha maniobró para que Lula fuera a la cárcel por un delito que aun no ha sido probado (que adquirió un apartamento de lujo) y Dilma Roussef fue obligada a dimitir sin que se le probara ninguna conducta irregular.
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Sin embargo, la población ha escogido a un ultra que reniega de mejorar las condiciones laborales de las mujeres, promueve la entrega de armas a civiles y asesinar a los delincuentes. Y todo ello solo puede explicarse porque los brasileños se hartaron de la corrupción imperante en los gobiernos del PT de Lula.

Son de esos giros históricos en el que los pueblos, instintivamente, o tal vez guiados por fuerzas ocultas, derivan en la escogencia de un presidente que, más temprano que tarde, volverá a defraudarlos. Pero con votarlo, en el momento, sienten que se han librado de un problema, aunque caigan en otro mayor. La corrupción en Brasil(Odebrecht, Patrobras, para solo citar dos escándalos) empujó a los brasileños a buscar vías alternativas, cansados de soportar el que políticos corruptos hagan fiesta con los dineros públicos.

Y es que llega un momento en el que los pueblos, afectados seriamente por la carcoma de la corrupción, que les sustrae fondos para una salud pública maltrecha, una educación que no llega a todos y una seguridad ciudadana que en verdad es tierra de nadie, acaba por convencerse de que las elecciones son un momento decisivo para despojarse de gobernantes que hacen del pueblo una extensa clientela politiquera, y de los fondos públicos un barril sin fondo que solo beneficia a una élite corrupta.

La de Brasil ha de ser una lección aprendida, y no sería de dudar que en la República Dominicana, con la ventaja de no tener a un Bolsonaro alardeando de ser más atrasado que el atraso, la población votante aguarde el 2020 con la clara intención de hacer pagar a los corruptos los tantos sinsabores que han hecho padecer a la gente que confió en ellos, pero que fue defraudada.

La elección de Jair Bolsonaro, pues, representa una oportunidad de oro para que los dominicanos analicemos este fenómeno y aprendida la lección hagamos conciencia de que la gente debe expulsar del poder a quienes se han enriquecido impúdicamente de las arcas del Estado.

Las venideras elecciones son, pues, una ocasión más que propicia para que el pueblo dominicano se envalentone, haga valer su voto y con ello castigue a los corruptos negándoles un nuevo chance de seguir enriqueciéndose a costa del presupuesto de la nación.

A diferencia con Brasil, el pueblo, hastiado ya de tanta corrupción, bien puede sacar de Palacio a quienes han aupado escándalo tras escándalo y escoger a un presidente que no sea ningún ultra, y que se dedique a gobernar en beneficio de todos.